La «adicción a la comida» ha aumentado en los últimos tiempos y se ha convertido en un posible contribuyente al aumento de la prevalencia de la obesidad y el sobrepeso (aunque no necesariamente hay que tener mayor peso o una mala composición corporal para que la relación con la comida sea un desastre) y a la duplicación de las condiciones de salud mental.
Si falla nuestra base es muy difícil llevar a término un plan de alimentación, por muy bueno que sea. Cuando una persona de deja llevar por sus emociones sin ningún tipo de control, generalmente acaba usando la comida como fuente de alivio. Estados como la ansiedad, el estrés psicológico y la depresión juegan un papel clave en el aumento del riesgo de adicción o contribuyen a un mayor riesgo de recaída en TCA y recuperación de peso.
Este trabajo se escapa a las competencias propias de un DN. Nosotros podemos ordenar las comidas en tu día a día, acompañarte y darte herramientas, pero cuando la gestión emocional falla ahí entra el trabajo del psicólogo. No se trata de apagar los pensamientos o taparlos con entrenamiento. Se trata de poder ver y sentir con tranquilidad nuestras emociones (sobre todo las negativas) y entender que están ahí por algo que no tiene nada que ver con la comida.
Existe cada vez más literatura acerca de este tema, estas son dos de las últimas revisiones sistemáticas:
(1) Burrows, T., Kay-Lambkin, F., Pursey, K., Skinner, J., & Dayas, C. (2018). Food addiction and associations with mental health symptoms: a systematic review with meta-analysis. Journal of Human Nutrition and Dietetics, 31(4), 544–572.
(2) Penzenstadler, L., Soares, C., Karila, L., & Khazaal, Y. (2018). Systematic Review of Food Addiction as Measured With the Yale Food Addiction Scale: Implications for the Food Addiction Construct. Current Neuropharmacology, 16.